Vencí el miedo que me daban las calles de la locura. Alcancé la velocidad necesaria y me impulsé a los misterios de Roma. Llegué a sus entrañas, ardientes de cariño, y luego, de nostalgia. Me comí sus calles, sus fuentes y sus secretos más profundos. Amé cada parte de su ser, viajando sin saber dónde me llevaban los pies. Y entonces llegué a la fuente, a esa fuente. La fuente de los deseos en silencio, de las monedas parlantes, de los secretos sumergidos. Lancé mi moneda sin pensarlo y deseé volar, soñar, reír, amar, llorar, sentir, vivir... Eternamente joven.
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