Ya está aquí. Como siempre. En mi vida, que no falte jodiéndolo todo. El miedo, el querido miedo. ¿Qué haríamos sin él? Vivir mejor, todo sería más fácil. O no, quién sabe. A lo mejor es necesario, a lo mejor si faltara destruiría todo nuestro ecosistema. Pero eso que más da, existe y no le podemos hacer nada más. O sí, de eso quiero hablar. ¿Qué hago? ¿Cómo puedo superarlo? No se puede. Esto es algo que vive con nosotros, que vive en nosotros, que acaba formando parte de nosotros. Es un trocito de nosotros. Es un aviso, un compañero, un enemigo y en ocasiones un aliado. Está allí, para lo bueno y para lo malo. Es ese que nunca nos falla. Nos salva de posibles situaciones horrorosas pero nos ahuyenta también de la felicidad. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Es bueno o es malo? Es todo. Y esto me responde a una pregunta que he planteado antes, es necesario. Sin él nada sería lo mismo. Es cierto que yo ahora mismo sin él podría ser mucho más feliz, podría ser capaz de cosas que él no me permite porque me avisa que también puedo perder mucho. Pero hay que entender que todo tiene un precio y que, a veces, el precio de la felicidad es este, combatir contra el miedo en su cara de enemigo. Luchar contra el enemigo, y vencer.
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